Si te paras a mirar, es curioso ver las vueltas que da la vida de cualquiera de nosotros a lo largo del tiempo. A veces nos vemos estancados en un compas estático, y otras veces, día a día, los cambios se suceden a velocidades vertiginosas. Este mes de abril, ha sido de los últimos. No ha habido fin de semana sin un cambio. Lo malo es que no ha habido uno bueno. Al menos, no lo parecen.
Ignorando lo político por una vez, dos han sido los hitos personales que he vivido este mes. Deliberadamente ignoro uno, porque no quiero darle más vueltas, y quiero reflexioanr sobre el otro.
A las siete de la mañana del viernes 20, mi abuela, la madre de mi madre, cerró los ojos por última vez, con sus manos entre las de su hija. Durante la noche, estuvimos todos en su casa. La pasó sonriendo, tranquila. No sé si sería que iba a volver a ver a "su Pepe" 18 años después, o qué sería... El caso es que se fue tranquila y sonriendo. En ese momento, vinieron a mi memoria tantas conversaciones que había tenido con ella sobre lo que quería que hiciésemos cuando faltase. No fue fácil, pero cumplí hasta el último de sus deseos.
No he querido separarme de ella más de lo absolutamente imprescindible desde ese momento y hasta que descansó en el panteón con su marido, porque hay una historia que me ronda la cabeza desde que me la contaron... Y quiero compartirla, no sé muy bién porqué... El caso es que hace 25 años, cuando nací, pasé mi primera noche entre sus brazos, mientras mi madre dormía. Pasó la noche en vela, meciéndome. Y parece ser que no lloré.
Son gestos muy sencillos, casi intrascendentes... que significan un mundo. Creo que la mejor forma de devolvérselo ha sido estando a su lado en cada momento, aguantándonos las ganas de llorar, la impotencia de ver como se apagaba durante estos últimos años.
Al despedirme de ella, aunque no pudiese oirme, no pude evitar darle las gracias, decirle que la quiero. Porque Virgilio tenía razón... Amor omnia vincit. A todo vence el amor...
Nos cedamus Amori...
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